Consejos American Psique: 2013

sábado, 28 de diciembre de 2013

¿Donde está la buena educación?


Una buena educación es el nuevo fetiche, el Santo Grial del siglo XXI.

Conozco muchos padres que gastan el dinero que no tienen en mandar a sus hijos a lo que piensan es un buen colegio, que no pegan ojo si sus vástagos vienen de la escuela hablando de un profesor que ha realizado un comentario inconveniente, que vigilan 24/7 que toda actividad que realicen sus hijos sea de acuerdo a una filosofía educativa determinada o que han desterrado la televisión de las vidas de sus hijos por considerarla corrupta.

Al habitual binomio dinero y sexo en la lista de aspiraciones de las personas, se une una buena educación. Dentro de lo que hoy se considera una buena educación ya no figura la palabra cultura, de hecho la expresión ser una persona culta ha desaparecido prácticamente, sino otras como creatividad, innovación, destrezas, felicidad, capacidad emprendedora o autonomía.

Montar una empresa se considera más importante que escribir una novela, inventar un revolucionario método de pago en Internet garantiza un lugar en la historia más que pintar un cuadro, un emprendedor es más sexy que un director de cine o un neurocirujano.

No estoy de acuerdo con la profesora Ravitch en que haya que absolver un sistema educativo sólo porque aporta éxito económico e iniciativa empresarial como ella hace con el norteamericano. Nadie puede negar, y todos conocemos ejemplos de ello, que una persona relativamente poco educada con iniciativa empresarial puede ser más productiva que una persona muy educada sin esa característica.

Sin embargo, no me resigno a que mis hijos, ambos matriculados en escuelas públicas de los Estados Unidos, se graduen de cualquier universidad, incluso aunque sea de la IVY League, sin saber la diferencia entre gótico y románico o sin haber oído nunca hablar de Tiziano como sucede a menudo a muchos norteamericanos que deambulan por Europa.

Ravitch tiene su punto de razón en que hay que relativizar el informe PISA. Una prueba de matemáticas y otra de comprensión lectora a chavales de quince años tampoco constituye necesariamente una evidencia del nivel educativo de una población.  Si acaso, un pequeño indicio.

Sin embargo, las soluciones clásicas tampoco funcionan anymore.  Nada resulta más anacrónico que asociar una buena educación al alineamiento con ciertos cánones como el de Dietrich Schwanitz  en cuanto a lo que constituye una buena cultura general o el de Harold Bloom en literatura. Sociedades cada vez más plurales y relativistas los consideran vergonzosos, cuando no reaccionarios, y opuestos al ideal igualitarista que ve en ellos una peligrosa tentativa de refeudalización de la educación en las clases altas que, en una época en que  determinada educación de calidad se percibe como un bien de lujo, pueden permitirse estudiar por amor al arte sin pensar en las salidas profesionales.

Acaso tengan razón.

Cada uno tiene más o menos claro lo que es la mala educación, pero no necesariamente lo que es la buena. De la misma forma que un concepto holístico y normativo de cultura ha periclitado, nadie tiene demasiado claro, y el que lo afirme miente, lo que es una buena educación. Se mide lo que se puede. En el mundo de la educación más que en otros, no todo lo que puede medirse es lo que vale la pena o se debe medir.

El futuro consiste no tanto en saber en que consiste una población bien educada sino, como ha sucedido con otros aspectos de la vida en la era posmoderna, quizás en renunciar a hacerse esa misma pregunta.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Vapuleando el español en Estados Unidos


Me cansa escuchar sobre los triunfos del idioma español. El último informe del instituto Cervantes decía que ya es la segunda lengua más hablada del mundo y que es la segunda lengua más utilizada en Twitter.
El Instituto Cervantes, y muchos otros órganos oficiales, juegan, claro, con la trampa semántica de incluir en el concepto de lengua más hablada sólo a los nativos en una determinada lengua. Y sí, es cierto quizás que la población de los países hispanohablantes de América Latina sumada a la de España y los latinos de Estados Unidos quizás supere por poco a los habitantes de Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Reino Unido e Irlanda (seguro que no incluyen una parte relevante de la India y otros países que fueron colonias inglesas para los cuáles el inglés es como una primera lengua), aunque quizás había que incluir como anglohablantes a todos aquellos que sin ser nativos lo utilizan a diario durante bastantes horas. Y esos son muchísimos.
También otorgan una importancia desmesurada a Twitter, una red social que, digan lo que digan, sigue utilizando de forma frecuente una parte de la población siempre inferior al cinco por ciento.
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Asimismo, interesadamente, incluyen en estas cifras a todos los Fernández y González de Estados Unidos aunque al menos un tercio no hablen ni papa de español y otra parte nada desdeñable lo hable precariamente (los llamados heritage speakers que lo han escuchado hablar a sus padres en casa pero que no saben ni leerlo ni escribirlo).
Lo curioso es que, no pocos norteamericanos a los que estas cuestiones les traen sin cuidado se creen esta rumorología. Hace poco una joven doctora angloparlante me decía con seguridad, entre la resignación y la alarma, que el español ya superaba al inglés en su propio país.
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La realidad es un poco más cruda. En no pocos ámbitos, el español se considera una lengua de segunda a una diferencia importante en términos de prestigio del francés o el alemán. Es verdad que hay una sección de libros en español en las grandes librerías como Barnes and Noble y muchas otras pero habría que ver qué tipo de libros se venden.
Me sigue sorprendiendo cómo todavía uno compra CDs de determinados sellos discográficos de música clásica y la traducción al español no aparece y sí la francesa o alemana. Un detalle pequeño pero significativo.
Es cierto que hay cajeros automáticos, las revistas de las líneas aéreas, folletos, páginas web y un sinfín de documentos corporativos que se traducen al español, pero habría que ver cómo se traducen. La calidad, sin querer parecer snob y dejando muy de lado cualquier afán purista, deja mucho que desear e indica la prioridad que las organizaciones otorgan a estas tareas.
Mientras nosotros intentamos tratar entre algodones la lengua de Shakespeare, con mayor o menos éxito, en Estados Unidos las traducciones al español se dejan siempre al voluntario o al que posee unos conocimientos más o menos rudimentarios (cualquiera que viva en Estados Unidos se habrá dado cuenta de que el umbral de lo que se supone dominar una lengua extranjera baja alarmantemente) cuando no directamente a Google Translation.
Y de lo dicho, permítaseme utilizar como botón de muestra estas dos señales de tráfico ubicadas en el aparcamiento anexo al edificio de inmigración en una ciudad en la que la mayoría de la población que pasa por los alrededores es, al menos teóricamente, hispanohablante. Este tipo de ejemplos son abundantes.
A los que piensen que este tipo de anomalías no denotan sino la pujanza de nuestro idioma que evoluciona en forma de Spanglish, yo les diría que el Spanglish es otra cosa. Su fuerza radica en la naturalidad y la anarquía con que se fusionan dos lenguas para crear algo distinto pero con una base común, no en una de ellas maltratada a costa de la otra.
O así lo veo yo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

La verdadera epidemia norteamericana


Se habla mucho de la epidemia de obesidad que afecta a los países industrializados, especialmente Norteamérica. Se piensa menos en una epidemia acaso más importante, la epidemia de la soledad.
Ahora que llega la navidad, quizás se ponga de moda hablar de la soledad por unos días.
Un reciente artículo del periódico canadiense más importante, The Globe and Mail, daba datos concluyentes al respecto. Un cuarto de los canadienses confiesan sentirse solos y dos estudios realizados en Estados Unidos hablan de que el 40% de los estadounidenses padecen de soledad indeseada. Pero la soledad es un mal que no solo afecta a la gente mayor como siempre se dice, en una encuesta realizada a 34.000 universitarios canadienses, dos tercios decían experimentar sentimientos de soledad a diario.
En The narcissism epidemic. Living in the age of entitlement, sus autores, Jean Twenge and Keith Campbell, señalaban que los americanos tienen cada vez menos amigos, dos de media cuando en los años 60 eran tres, o que cada vez menos gente invita a sus amigos a sus casas como solía ser costumbre.
Es bien sabido que la soledad suele venir acompañada de una mayor fragilidad del sistema inmunológico y una esperanza de vida más corta.
Los medios sociales no dejan de ser una trampa semántica, ya que una mayoría de gente que dice experimentar soledad suele estar conectada constantemente pero sus sentimientos son ambiguos al respecto, ya que les provoca un sentimiento de frustración más que otra cosa, de estar asistiendo a un festín del que no son plenos partícipes.
Mientras tanto, numerosas palabras y clichés se han puesto de moda. Vivimos en la era del networking, de la conexión, de las relaciones, del conocimiento compartido, del esfuerzo colaborativo y ese tipo de soniquetes.
Sabemos que no es así. Muchas veces en el yo te sigo-tu me sigues no hay más que mero narcisismo numérico, formar parte de las redes de otros no implica apenas afecto o conocimiento con respecto a esa otra persona, ser friend no llega ni de lejos a lo que en otro tiempo se consideraba un mero conocido, hacer networking empieza a devaluarse y ya apenas implica intercambiar una tarjeta de visita sin contenido substancial de por medio o un mensaje automatizado de Linkedin.
Mis estudiantes me invitan a menudo a formar parte de sus redes, pero casi nunca incluyen un mensaje personalizado o que indique que estaban pensando específicamente en mí a la hora de contactarme. Siempre les insisto en que hay que aportar algo más, especialmente en una época en que establecer una relación supone tan poco sacrificio.
Relacionarse, comunicarse de esta manera está a años luz de las emociones que suscita el anuncio navideño de turrones El almendro.
Es curioso, pero cada vez escucho a más de mis estudiantes decir que quieren estudiar comunicación porque les gusta la gente o quieren mostrarse más sociales. Estudiar profesiones en las que hay que interactuar con otros está de moda. Ser camarero o barista de repente adquiere un prestigio, un matiz que no tenían estas profesiones en el pasado, da la posibilidad de tener un contacto humano, de forjar relaciones.
Un bien cada vez más codiciado estos días.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

En defensa de Amazon


Que quede claro, no tengo ningún interés personal o comercial en que a Amazon le vaya bien. No tengo ni tíos ni familiares medianamente lejanos que trabajen ahí.
Pero me sigue sorprendiendo que en un mundo en el que, querámoslo o no, la mayoría de la gente establece una conexión con la realidad a través de las marcas, en España se sea tan pacato al hablar abiertamente de ellas en las tribunas públicas. Halagar desinteresadamente al que lo hace bien le pone a uno bajo sospecha.
Está de moda meterse con Amazon. Si uno no se mete con Amazon parece que no es un amante de los libros, que no le gusta que haya librerías en las ciudades, que los autores reciban una justa compensación, que se trate bien a los empleados que trabajan en los almacenes o que haya una sana competencia.
Resulta que antes de que apareciera Amazon, todo funcionaba bien. Las ciudades españolas estaban llenas de encantadoras librerías en las que los libreros eran reencarnaciones de Simone de Beauvoir o Jean Paul Sartre y uno siempre acababa llevándose a casa una obra maestra sobre la que más tarde debatía largo y tendido con ese exquisito librero de toda la vida.
Vamos a ver, lo que yo recuerdo, con excepción de algunas librerías excepcionales que en su mayoría siguen funcionando y a las que sigo acudiendo, es que la mayoría de las veces que iba buscando un libro en concreto, casi nunca lo encontraba porque no lo tenían o estaba descatalogado. Recuerdo sitios pequeños e incómodos en los que uno apenas podía moverse, lugares transformados en meras oficinas de pedidos en las que a uno siempre acababan diciéndole "si quiere se lo podemos encargar" y que siempre estaban cerrados los sábados por la tarde o los domingos que es cuando uno de verdad tiene tiempo para estas cosas. En los sitios que más libros venden como la FNAC, la Casa del Libro o El Corte Inglés ya hace mucho tiempo que la cultura la despachan a estilo supermercado y los empleados se han transformado en meros reponedores que llevan la expresión de agobio en la cara.
No dudo de que lo que cuentan los periódicos acerca del trato que reciben los almaceneros de Amazon en países como Estados Unidos o Alemania sea cierto acerca de la disciplina ignominiosa a la que se los somete, pero no hace falta irse tan lejos. Sólo basta preguntar a las personas que trabajan en Carrefour, a las cajeras del Mercadona, de Zara y de casi cualquier empresa del sector servicios cara al público en qué condiciones se desenvuelve su trabajo diario en el que tienen que comportarse como máquinas durante 8 horas al día por 800 euros. Cuántas veces, como cliente, sale uno pensando este tipo de cosas cuando no ha recibido la atención que uno espera en este tipo de comercios. Hay que denunciar las malas prácticas laborales, sí, pero en todos por igual y no solo en aquellos de los que no se esperan ingresos publicitarios.
Lo cierto es que en una época en el que la reducción de costes se impone siempre a la prestación de un mejor servicio (la gente se pasa la vida esperando a que les atienda un operador al teléfono, aguardando en colas a que les despachen un sandwich a precio de oro sin que apenas les miren, estresados metiendo la comida en las bolsas al hacer la compra en el supermercado tratando siempre infructuosamente de seguir el ritmo del cajero, echándose ellos mismos la gasolina, etc...), Amazon es una de las pocas empresas que sirven a un público masivo basándose en un paradigma que, al menos como cliente, nunca transmite rapacería.
No debe ser tan mala una empresa que realiza los envíos de una cantidad casi infinita de productos siempre en la fecha indicada y en buen estado; con la que uno se conecta un sábado por la noche para realizar una petición y recibe una respuesta ese mismo sábado por la noche con una promesa que siempre se cumple; en la que uno realiza una transacción por error y es subsanada casi al instante ofreciendo una compensación bastante generosa.
Decir, como hace Marc Fumaroli, que Amazon no paga impuestos es contar la mitad de la historia, si esa reducción de costes se traslada al cliente, que somos todos, en forma de mejores precios y servicio.
Un pecado, por lo visto, y de lo que deben avergonzarse los usuarios que no pueden permitirse las pequeñas y exquisitas boutiques de cualquier producto que constituyen el nuevo ideal de consumo de las clases medias-altas.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Más matemáticas, por favor


Tiene razón el Ministerio de Educación en que las matemáticas sean obligatorias en el Bachillerato de Ciencias Sociales. Es una buena rectificación, aunque tardía, de un terrible error cometido en el pasado. En realidad, la decisión se queda corta.
Las matemáticas deberían ser estudiadas hasta el ultimo año de la educación obligatoria ya que pocas profesiones con un mínimo de cualificación se ven exentas de saber hacer una ecuación, una derivada o un logaritmo. ¿En qué departamento de que organización no se lleva algún tipo de contabilidad o se necesita saber procesar una serie de datos con el fin de tomar mejores decisiones? Y poniéndonos extremos, en un país tan puñetero como el nuestro incluso te permiten emigrar en mejores condiciones.
Qué le vamos a hacer, nos ha tocado vivir la época del auge de las capacidades técnicas o lo que los anglosajones llaman hard skills, una expresión en boca de todos y que viene a ser sinónimo de una serie de conocimientos que, como las matemáticas o la computación, pueden enseñarse, definirse y medirse en oposición de las soft skills, como en general son las humanidades o la habilidad para llevarse bien con los demás, que son menos tangibles y más difíciles de medir.
Pero las matemáticas no son solo un recurso técnico sino una herramienta imprescindible para el desarrollo del pensamiento lógico. De hecho, suele haber una correlación positiva entre la destreza con los números y el dominio de las lenguas o de las notas musicales tal y como afirma Charles Murray en su libro A real education.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que se pensaba que las matemáticas eran un saber especializado, no del todo humanístico, cuyo dominio detraía a la gente de cultivar las humanidades, pero la gente cada vez sabe menos y encima tampoco saben hacer la o con un canuto en materia matemática como demuestran con denuedo los estudios PISA para adolescentes y adultos.
En muchos países, ser buen matemático tiene casi un marchamo patriótico y es sinónimo de inteligencia. Con razón o sin ella, las matemáticas se perciben como enemigas de la memoria, de lo trillado, de lo que puede responderse con una búsqueda de datos en Google, porque lo que puede encontrarse en un buscador en unos pocos segundos, no merece la pena ser aprendido y nadie le va a pagar a uno por saberlo.
No tener muchos matemáticos ha pasado a ser considerado un síntoma de decadencia nacional. De hecho, las denominadas potencias emergentes, como la India o China, no solo tienen una gran población sino un alto número de estudiantes en ciencias exactas.
El poder que confieren las matemáticas lleva incluso a situaciones de discriminación. No en vano, por ejemplo, últimamente abundan en la prensa norteamericana los artículos acerca de la discriminación que sufren los estudiantes asiáticos, equiparada con la que sufrían los judíos en los años 20, para ingresar en las universidades de prestigio entre otras cosas debido a su superioridad manifiesta en el campo de las matemáticas donde arrasan en los exámenes estandarizados de ingreso a la universidad.
La identificación entre habilidad matemática, creatividad e inteligencia es tan completa estos días que existen análisis que demuestran que las posibilidades de publicar en una revista científica, aunque sea de ciencias sociales, es aproximadamente el doble si se incluye cualquier fórmula matemática en el abstract aunque resulte superflua. No es nada raro que esto suceda, tememos y respetamos a partes iguales aquello que no entendemos.
Se avecinan tiempos difíciles para muchos que creen, como todavía sucede a menudo en España, que pueden destacar simplemente a base de clase, intuición y talento natural.

martes, 26 de noviembre de 2013

Puritanismo europeo vs. puritanismo norteamericano


No es descabellado pensar que hay una importante dósis de exhibicionismo en la firma del manifiesto No toques a mi puta (también denominado Manifiesto de los cabrones) por parte de 343 personajes de la cultura y los medios en Francia como respuesta al proyecto de ley del presidente Hollande de multar a las personas que paguen por servicios sexuales.
No es una novedad que a la intelectualidad gala, y a la sociedad francesa en general, le gusta cultivar el libertinismo y la laxitud sexual como seña de identidad, siempre de reojo tratando de liderar el contrapeso europeo a lo que se entiende como preeminencia planetaria de un puritanismo norteamericano que ha terminado imponiéndose en el viejo continente en cuestiones de salud pública. Tampoco resulta excesivamente retorcido pensar que no pocos firmantes del manifiesto consiguen gracias a la repentina notoriedad mediática lograda que la gente se acuerde de su último disco, libro o película.
Sin embargo, dando por descontado lo obvia e ignominiosa que resulta la explotación que sufren las personas que se tienen que prostituir, Beigbeder, uno de los firmantes estrella del manifiesto, tiene su parte de razón cuando denuncia que proponer una ley "para penalizar a los clientes de las prostitutas supone denunciar a personas que se encuentran, nos guste o no, en situación de desamparo y de aislamiento. De lo que nunca se habla es de la miseria sexual".
Un escritor también francés y acaso más libertino que Beigbeder, Michel Houellebecq, reflexionaba en su novela Ampliación del campo de batalla (1994) acerca de un mundo occidental que proclamaba a los cuatro vientos la igualdad de las personas como derecho fundamental, pero que al mismo tiempo elevaba el placer sexual a los altares. Un mundo así, dice Houellebecq, no es un mundo en el que la gente se siente más unida sino que es un mundo en el que la diferencia entre los que tienen y los que no, se magnifica hasta límites insospechados. En ese sentido, las religiones, con su fórmula de café para todos a través de relaciones monógamas, románticas y para toda la vida, habrían ejercido en el pasado un saludable efecto regulatorio igualador en un mercado en el que la competencia es brutal y que se muestra inmisericorde con los más débiles. Su declive habría dejado a éstos más a la intemperie que nunca.
No cabe duda de que la socialdemocracia ha tenido un éxito relativo en lo que se refiere a la distribución de la renta, que es el terreno que en muchos aspectos todavía la definen muchos de nuestros políticos.
Pero en otros aspectos, al haber abrazado como suyos los principios de la contracultura, de la primacía del yo, de la consecución del placer sensorial y material como objetivo modesto pero alcanzable en ausencia de metafísicas imposibles, el progresismo no sólo contribuyó a rejuvenecer y legitimar el capitalismo actual de emociones-sensaciones sino a fomentar otro tipo de desigualdades (como la sexual) que los humanos contemporáneos, en un ambiente sofocante de promesas hedonistas, perciben como tan importantes o más que las económicas.
Y en ese tema, la doctrina progresista (y no sólo progresista ya que el ayuntamiento de Madrid está en ello) sí se lava las manos sobre todo cuando adopta poses puritanas como Hollande.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El nuevo proletariado pobre


La progresiva depauperización de los pobres, valga la redundancia, en el mundo industrializado hace que corran buenos tiempos para la clase media. Al menos en términos relativos, que es como funciona la mentalidad diferenciadora del consumo en el capitalismo. Sin ánimo de banalizar un tema como éste, si como decía el personaje de Woody Allen en Annie Hall la vida está dividida entre lo horrible y lo miserable, entonces, en términos socioeconómicos, bien vale la pena pertenecer a los segundos aunque cada vez nos vaya peor.
Si algo tiene de bueno el guirigay de la emigración es que nos sirve para saber mejor de dónde venimos y adónde vamos. Una de las conclusiones más tristes es que da la sensación de que existe una creciente masa de personas en las sociedades desarrolladas que podrían considerarse un nuevo proletariado pobre, es decir, personas que trabajando cuarenta horas o más a la semana no consiguen salir adelante más que gracias a los subsidios estatales en forma de sanidad y educación gratuita (en Europa) pero que apenas tienen renta disponible para nada más, ni tan siquiera para pagarse imprevistos como un empaste en el dentista. En Estados Unidos se cuantifica que sólo la masa de personas que trabaja en el sector de la comida rápida delante del mostrador recibe alrededor de 7.000 millones de dólares de subsidios gubernamentales para sobrevivir. En España se sigue identificando la pobreza severa con el desempleo, pero se analizan poco en el fondo las condiciones de vida de esta enorme masa de hogares nimileuristas que viven permanentemente gracias a las transferencias familiares incluso en épocas que no son de crisis agudas como en la que estamos.
En Europa, con un Estado del bienestar más basado en ayudas indirectas que en Estados Unidos, sería más difícil de cuantificar cuánto dinero reciben aquellas personas empleadas con salarios bajos, ya no me refiero a los desempleados, pero las cantidades destinadas a combatir la pobreza entre personas con puestos de trabajo probablemente sean incluso más importantes ya que los salarios de mil euros y alrededores, en términos de paridad de poder adquisitivo, no son desgraciadamente patrimonio único español.
Si algo pone de manifiesto leer testimonios, viajar o escuchar las vivencias de otros es que en el mundo desarrollado existe un importante segmento de la población que, a pesar de trabajar, vive con lo puesto, en viviendas minúsculas o compartidas y muy pendiente de las ofertas de los supermercados de descuento. No son sólo inmigrantes sino en muchos casos las víctimas del fracaso escolar que trabajan en el sector servicios (en España desgraciadamente bastantes universitarios) y a las cuales se las da por perdidas. Da igual que vivan en Oslo y ganen 25 dólares a la hora trabajando en un Starbucks o 10 dólares como sucede en muchos lugares de Estados Unidos. El coste de la vida es implacable y se agarra como una lapa a las rentas bajas para limitar su ya limitadísimo poder de compra.
Son los pobres.com, bien vestidos y alimentados como corresponde a una sociedad donde la apariencia es la sustancia y los grandes iconos son compañías como Zara, Ikea o Apple que han sido capaces de edificar mitos en torno a la forma.
Existen en todos los países. Por debajo, uno sólo encuentra los desempleados o, peor, a los irrelevantes, aquellos a los que ni siquiera se contabiliza por carecer de documentación en regla para, siempre potencialmente, trabajar. Como hemos podido comprobar, una de las observaciones que más abundan entre una mayoría de los españoles es la de no te molestes en venir sin contrato de trabajo, lo que en Román paladino significa que el puesto de trabajo está prácticamente vedado para los inmigrantes más necesitados del tercer mundo que en países opulentos como Estados Unidos, Australia o Suiza no tienen casi ni siquiera la posibilidad de ser proletariado pobre.
En España, una mayoría de jóvenes también se libra de pertenecer a este grupo ya que pocos privilegiados entre ellos disfrutan del derecho a trabajar para meramente sobrevivir.
Y es que, como sucedía hace 50 años cuando nuestros antecesores se trasladaban del campo a la ciudad, formar parte del nuevo proletariado pobre se ha convertido casi en un anhelo para muchos.
El mayor problema futuro que se le plantea a una población cada vez más numerosa que trabaja y además necesita de los subsidios para vivir es que cada vez más miembros de la llamada clase media manifiesta en voz alta su hartazgo de tener que pagar cada vez más impuestos por servicios públicos cada vez de peor calidad.
El consenso posterior a la segunda guerra mundial que dio lugar al Estado del bienestar se resquebraja lentamente y nadie parece ser capaz de articular una alternativa en la que todos se sientan cómodos.

viernes, 15 de noviembre de 2013

¿Pueden importarse los rankings de universidades a la americana?


Vaya por delante que pienso que todos hemos enloquecido un poco pensando que los rankings pueden medirlo todo, que la apariencia de objetividad es siempre posible y deseable. Dicho esto, España necesita urgentemente un ranking de universidades. No tenerlo es sintomático de que en realidad no sabemos lo que hace falta para construir una buena (y nueva) universidad.
Los pocos intentos que ha habido hasta la fecha no han funcionado. El más riguroso es quizás el reciente de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) que mide los resultados y la producción científica de las universidades públicas españolas. Un empeño voluntarioso pero nada realista al pensar que nada menos que 48 universidades pueden ser consideradas en España como de investigación cuando en todo Estados Unidos la Carnegie Foundation incluye 208 universidades de investigación o con alto componente investigador.
Entre las publicaciones o diarios destaca el del diario El Mundo pero maneja pocos datos. Sólo tiene en cuenta titulaciones o carreras y las explicaciones de los programas parecen más de folleto comercial que otra cosa cuando por ejemplo señala que en el programa de comunicación audiovisual de la Universidad Camilo José Cela "los estudiantes realizan prácticas desde el primer día complementándose a la perfección con la teoría que se imparte en las aulas". Mucha credibilidad no transmite la verdad.
Con todos sus defectos, seguimos mirando fuera para que el espejito mágico nos diga lo guapos o lo feos que somos. Debido a ello, el ranking de la Universidad de Shangai, aunque ampliamente criticado, sigue siendo una vara de medir la irrelevancia o el éxito.
Estados Unidos ha sido el país que más ha impuesto la tendencia de los rankings de universidades que llevan realizándose muchos años. Cuando U.S. News publica todos los meses de septiembre su ranking de universidades es un acontecimiento. Más de mil ochocientas universidades americanas son evaluadas de acuerdo a una serie de criterios, también cuestionados, como son la reputación académica de la institución entre sus pares, los ratios de retención de nuevos estudiantes y graduados, los recursos disponibles, la selección de estudiantes, los ratios de alumnos que acaban graduándose y el porcentaje de alumnos que están dispuesto a donar dinero a su alma mater. Esto último suena extraño, ¿verdad?
El U.S. news report no es tan omnipresente como el ejemplar de la biblia que uno se encuentra en los cajones de la mesilla de todos los hoteles en Estados Unidos, pero se le acerca. Futuros estudiantes y administradores universitarios lo tienen muy en cuenta a la hora de elegir centro o de la toma de decisiones estratégicas.
Es un ranking en el que todo el mundo de alguna manera gana, encuentra un nicho de mercado. Una puede estar incluida entre las mejores 20 universidades estatales del medio oeste por relación calidad precio o entre los 50 mejores liberal art colleges del sur del país. Siempre hay algo a lo que agarrarse. Pero no nos engañemos, los ganadores son los de siempre, principalmente las universidades privadas de la llamada Ivy League junto a Stanford, Berkeley y similares.
Se discute por ejemplo que este ranking no tiene en cuenta el dinero que cuestan o el retorno de la inversion a la hora de encontrar un trabajo de los graduados de una determinada universidad, datos que en Estados Unidos se encuentran accesibles a través de webs como payscale.com. Si así fuera Pennsylvania State University o la Universidad de Colorado, ambas públicas, quedarían muy bien situadas por encima de algunas vacas sagradas. Evidentemente, como bien dice Malcolm Gladwell, que se ha propuesto derribar el mito de las universidades de élite, alguien hizo los rankings para ganarlos y el de U.S. News no es la excepción ya que está repleta de opciones ideológicas que favorecen a aquellos a quienes poco importa si la matrícula son 50.000 o 70.000 dólares al año.
Sin embargos, no tener rankings es todavía peor. En España las universidades no parecen tener datos, y si los tienen se los guardan celosamente, acerca de los salarios que ganan sus graduados, cuantos están en el paro o de cual es el retorno de la inversión para el que decide estudiar en una universidad privada, probablemente bastante bajo en comparación con la pública (a no ser que se trate de determinadas escuelas de negocios).
A nadie le interesa. A los gobiernos para que no se constate una vez más el fracaso de unas políticas que nadie quiere cambiar desde la raíz por su coste político, a los rectores y otros administradores nombrados a dedo por simpatías políticas para que no se les pueda pedir responsabilidades por pretender recibir cantidades ingentes de dinero público para tener las universidades llenas y continuar enviando titulados a las listas del paro o a la emigración.
Un raking, aun con criterios deficientes y manipulables, desvelaría más a las claras a qué juega cada uno.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Los troles antiemigrantes


Cada vez que El País se propone continuar informando a los españoles acerca de las posibilidades que ofrece la emigración en distintos países, noto la aparición de más voces discordantes que niegan la mayor, es decir, que emigrar sea inteligente o conveniente.
Lo he notado en particular leyendo los comentarios al final de la noticia que contiene testimonios de españoles que han emigrado a Estados Unidos. Que si no se ofrece la cara B de la emigración, que debe haber multitud de españoles desgraciados por todas partes que no han sido capaces de lograr su parte alícuota del sueño americano (como si en España no los hubiera a mansalva), que si no se encuentra queso o jamón (un problema importantísimo que a uno no le dejar vivir, lo reconozco, aunque más difícil es encontrar bacalao salado), que si no se puede salir a la calle sin que te vuelen la tapa de los sesos, que si te dejan que te desangres en medio de la calle, que si no tienes vacaciones y te acuestas con el ordenador, que si tu cerebro se queda apelmazado por el dólar.
Uno tiene la sensación de que a muchos compatriotas les agradaría más leer historias de perdedores, de fracasados, de náufragos sentimentales y afectivos. No les entra en la cabeza que se pueda ser bastante feliz sin comer calamares fritos o sin la posibilidad de pringar el pan en la salsa de las patatas bravas.
A veces uno siente que a muchos conciudadanos les gusta más leer historias como la de losjóvenes españoles que fueron engañados en Alemania o la visión derrotista de Benjamín Serra en su célebre tuit. Uno siente que les gustaría leer que un emigrante español se desangraba en la calle y nadie le ha atendido, que ha sufrido algún incidente xenófobo, que ha sido robado a punta de pistola o que vive en la pobreza entre cartones en Nueva York y situaciones similares.
No son una mayoría de españoles ni mucho menos quienes piensan así y se regocijan diciendo aquello de ya volverá, pero tampoco son tan pocos.
Les conocemos.
En España, país de nuevos rico-pobres, la emigración tiene algo de estigma, de haber fracasado en un entorno en el que sobreviven los más fuertes, los de siempre. La emigración, incluso cuando es exitosa, se percibe como un premio de consolación como si el apego al terruño fuera siempre la primera opción, lo deseable en cualquier caso. Se ignora que en cualquier grupo humano siempre hay por naturaleza un porcentaje de personas proclives a moverse del sitio y no siempre por necesidad, que son más felices no viviendo en su lugar de origen. Es obvio que no todas las experiencias de personas que han emigrado y que leemos en El País se justifican por un mero móvil económico sino que en muchos casos hay algo más.
A los nuevos troles antiemigración habría que decirles que algún día quizás ellos o sus hijos se beneficien de las ideas y las formas de trabajar que muchos de esos emigrantes han experimentado en otros lugares.
Me gustaría que una segunda revolución, comparable a la que tuvimos hace cincuenta años gracias a la turismo en las costumbres, sucediera gracias a las redes y proyectos surgidos de la emigración en lugares donde el mérito es valorado, donde la racionalidad y la legalidad imperan, y la palabra clientelismo es un término foráneo sin traducción posible en determinados idiomas de raíz no latina.

lunes, 28 de octubre de 2013

A vueltas con el inglés de los españoles

 Una interesante reflexión acerca de como los españoles nos inventamos un segundo idioma para poder pronunciar nombres y conceptos de la cultura popular norteamericana

http://www.huffingtonpost.es/juan-cabrera/de-burlan-caster
a-apel_b_4143394.html?utm_hp_ref=spain

Diferentes reacciones sobre los resultados del PISA para adultos a ambos lados del Atlántico

España ha sido junto con Italia el país que peores resultados ha obtenido en el llamado informe PISA para adultos que compara las competencias de la población adulta en comprensión lectora y matemáticas. Si bien los medios de comunicación españoles han cumplido su función de denunciar la calamitosa situación de la educación en nuestro país, nuestros políticos y parte de las otrora llamadas élites no han estado a la altura, como siempre más preocupados por cuestiones partidistas que por resolver los problemas.

Los del PP culpan a la LOGSE de todos los males aunque hayan gobernado en muchas comunidades autónomas que son las que tienen las competencias en educación. Por otro lado, aquellos que estuvieron implicados en la aprobación de tal ley dicen que los resultados son muy positivos, que deberíamos estar satisfechos con ser los penúltimos de 23 países o que los universitarios españoles tengan las mismas destrezas que los bachilleres de Japón o los Países Bajos. La misma filosofía que reivindicaba "la dignidad del cinco" o los valores en la zona media de la tabla que en muchos países se identifican con la mediocridad.

Me ha llamado la atención la diferencia en las reacciones de los políticos norteamericanos donde nadie ha culpado a nadie de los malos resultados, aunque algo mejores que los españoles, o que, por ejemplo, el despacho de Associated Press utilizara el hecho de que los resultados sean casi tan malos como los de España e Italia para enfatizar el fracaso.

Pero es casi peor lo que no se lee en estos resultados. En particular, la estrecha correlación entre el nivel educativo y el trabajo de los padres y el nivel de destreza de los hijos. Es verdad que España no llega a los niveles de Estados Unidos en estos dos conceptos pero no sale bien parada y está por encima de la media del resto de países de la OCDE.

No es sólo que el factor educativo sea determinante para el progreso de clase, sino que el propio origen de clase de los padres es también determinante para la consecución de logros educativos por parte de los hijos. O como dice en la parte 4 titulada Educación e integración social del informe España 2012. Una interpretación de su realidad social de la Fundación Encuentro, que "el sistema educativo funciona en España como un filtro jerarquizador que predice con eficacia el posterior enclasamiento en función de los rendimientos y del apoyo familiar".

A este factor habría que añadirle la circunstancia de que, también según dicho informe, aquellos con un capital social superior, es decir, con más y mejores relaciones personales, sacan mayor provecho a las titulaciones y que la devaluación de las titulaciones superiores afecta más a aquellos procedentes de clases más bajas.

No sólo es que en España un hijo de un directivo o un profesional tiene muchas más posibilidades de lograr una titulación superior, sino que una vez alcanzada en igualdad de condiciones, le saca mucho mayor rendimiento profesional y monetario.

Y las consecuencias de ello no son sólo económicas. En poblaciones donde existe una amplia base de personas con una educación deficiente o que trabaja en sectores de baja productividad (como por ejemplo son la agricultura, la construcción o el turismo) la sociedad civil es también más débil. Los que se encuentran abajo carecen de vías para ascender y los ciudadanos se implican menos en el funcionamiento del sistema democrático (por ejemplo poca gente se asocia o realiza actividades de voluntariado).

No es sólo que el origen de clase tienda a reproducirse sino que la gente se desmoviliza para alcanzar otras metas colectivas que cada día son más necesarias y sólo busca la resolución individual de sus problemas.

jueves, 17 de octubre de 2013

¿Es América darwinista?


Identificamos darwinismo, la idea por la cual la evolución de las especies se produce por selección natural de los individuos y se perpetúa con la herencia, más con las sociedades anglosajonas. Y hay una cierta parte de razón, ya que es en estas sociedades en las que se pone más énfasis en la responsabilidad individual y se distingue menos entre los que pueden o no salir adelante con sus propios recursos.

Las sociedades más socialdemócratas, o las que aspiran a serlo como la nuestra, se vanaglorian de que el estado protector les salvaguarda de la ley del más fuerte que suele identificarse como el libre mercado puro y duro. A mayor regulación, mayor protección, sería la consigna.

La realidad es, sin embargo, un poco más poliédrica cuando uno se topa con la realidad del mundo de trabajo. A pocos de los que han trabajado en mercados foráneos del mundo desarrollado se les escapa la dureza del mundo del trabajo en España. Y no me refiero sólo a los aspectos más obvios como precariedad contractual, bajos salarios, jornadas interminables, horarios infames de jornada partida o la escasez de trabajo de calidad. Me refiero a las relaciones humanas, las condiciones en que se desarrolla el trabajo del día a día donde se ponen de manifiesto las diferencias sociales y de estatus.

Estoy hablando de las oficinas en las que los empleados senior bajan a comerse el menú del día con sus ticket restaurant mientras que los becarios y los junior, que suelen ser la mayoría, se quedan en la oficina comiendo de tupper. Estoy pensando en aquellas que no dejan asistir a las reuniones importantes al trabajador en prácticas que se ha estado comiendo el marrón durante semanas y ha hecho todo el trabajo de carpintería. A esas incontables empresas en que becarios que trabajan por la voluntad, a los que se les obliga a vestir de traje y corbata aunque apenas les paguen, se hacinan en cubículos y sacan adelante múltiples tareas mientras que los jefes se refugian en sus peceras donde disponen de ordenadores más rápidos y mejores, sillas con respaldos más altos y mesas más grandes. Estoy recordando esas corporaciones en las que los empleados de menos rango se quedan dos horas diarias trabajando gratis sin tener la certeza de que su contrato será renovado. De esos entrañables lugares en los que a las tres de la tarde se escucha el ruido ensordecedor de las bolsas de papel reciclado de Calvin Klein, Purificación García y Tommy Hilfiger, lugares por donde sus jefes, algunos de los cuáles todavía dicen estar a la izquierda del Partido Comunista, se han dejado caer a la hora de la siesta.

En España, el estatuto de los trabajadores, las negociaciones colectivas y la protección social son la prueba más palpable de que el papel lo aguanta todo. El mejor modo de proteger al trabajador no es la ley si esta es papel mojado, sino otro sitio a donde escapar, otro trabajo a donde largarse.

Contra lo que suele decirse, en España se respeta, se adora el trabajo (o quizás sea mejor decir el puesto de trabajo). Los españoles mostramos una actitud timorata, cobarde en el puesto de trabajo, ante la dificultad de ganarlo y el miedo de perderlo. Una mirada, un comentario de un superior jerárquico para el mundo de muchos. Hay muchas más palabras en castellano que en inglés para designar al chupatintas, al pelota, al lameculos, al que se agarra al sueldo y al puesto como una lapa.

Convendría repensar que se entiende por sociedades darwinistas.